Hace un par de meses escribí una entrada que contaba lo que me gusta de la poesía: la sencillez, la transparencia. Decía que me gusta compartir una poesía con mis hijos y hablé de esos versos que mi marido recordaba, una poesía que había aprendido de chico y que le habían transmitdo las ganas de viajar, de partir, de descubrir lugares para aprender a añorar y a querer su tierra. Un poema de Joachim Du Bellay
¡Feliz quien, como Ulises, ha hecho un largo viaje,
igual que aquel que consquistó el toisón,
y ha regresado, sabio y lleno de experiencia,
para vivir entre su gente el resto de sus días!
¿Cuándo volveré a ver, ay, de mi pequeño pueblo
humear la chimenea, y qué estación será
cuando vea de nuevo el jardín de mi pobre casa,
que es para mí todo un reino, y mucho más aún?...
Y el otro día, en una sala de espera, leí un artículo sobre el Síndrome de Ulises, un cuadro clínico que deriva de la soledad que experimenta la persona al estar lejos de su familia, del duelo que vive, del esfuerzo que hace para adaptarse. También conocido como el síndrome del emigrante que se caracteriza por un estrés crónico que viene asociado a la problemática de los emigrantes al afincarse en una nueva residencia. El nombre viene del héroe mítico Ulíses el cual, perdido durante muchísimos años, diez según Homero, en su camino de vuelta a Ítaca, añoraba su tierra de origen pero se veía imposibilitado de volver a ella.
Este síndrome es el que suelen sufrir los miles de emigrantes, sin distinción alguna, que luchan todos los días por vivir, por sobrevivir o por adaptarse a vivir lejos de su tierra.
Las causas pueden ser muchas, muchísimas. Tristes, forzadas, consentidas, deseadas, esporádicas pero si algo hay de verdad en este síndrome, es que en algún momento "los emigrantes" añoran los jardines, los sabores, los olores, los cielos, "las pobres casas que son todo un reino, y mucho más aún..."
Pensé en ellos y pensé en las imágenes del particular libro de Shaun Tan: "Emigrantes".