NO, NO, NO, no tengo una biblioteca envidiable, ni una con tres mil ejemplares, ni con ejemplares únicos, raros, ni digna de revista de decoración. Nada de eso pero es mi biblioteca, es la mía.
Es una biblioteca hecha a medida, a mi medida. Me encanta pararme frente a ella. Me gusta mirarla. Cada tanto, generalmente un domingo por la mañana, como hacía mi padre, la ordeno. Saco un libro de acá y lo pongo allá. Saco un libro de este estante y lo pongo en el de más arriba. Corro un adorno y decoro otro rincón de mi biblioteca. Pongo una foto nueva delante de ese libro.
Acomodo la biblioteca, pongo música y la acomodo, aunque no sea una biblioteca de miles de ejemplares y su orden sea bastante sencillo. Acomodo mi biblioteca y sé que de este lado hay poesía. Del otro, libros de periodismo, algunos libros de historia. Más allá autores españoles y por acá abajo, los lindos libros, esos que solo son libros lindos, de viajes, de arte, de fotos.
Y justamente, el domingo pasado, acomodando mi biblioteca, ordenando lo que no estaba desordenado, alineando libros solo por el placer de organizarlos, llegué a los del autor español Javier Cercas. Los puse uno al lado del otro, los revisé (siempre reviso los libros para ver fecha de lectura, alguna nota o si encuentro algún marcapágina o ticket de metro) y vi que me faltaba INDEPENDENCIA, su última novela, la que había terminado de leer días atrás. La busqué, la busqué y no lo encontré. Miré otros estantes y no la encontré. Fui a mi habitación a ver si la había dejado por ahí o en mi mesita de luz y no la encontré. ¡Qué raro! ¿Dónde estaba?
Pensé en mi madre que cuando perdía algo (y lo hacía bastante a menudo) decía que se debía a la maldad de las cosas inanimadas, las cosas se escondían a propósito para que uno pierda su tiempo jugando.
Con las manos en la cintura, buscaba y buscaba la última novela de Cercas. De pronto, vi mi "ereader". Me agarré la cabeza y me reí sola porque me di cuenta que la última novela de Javier Cercas estaba ahí, descargada en mi pequeño lector, ese que tiene casi casi el tamaño de un libro. Me senté al borde de la cama. Lo prendí, verifiqué mis últimas compras, mi lista de ebooks y todos estaban ahí, con sus portadas, con sus autores.
Sí estaban ahí , los que fui leyendo y escuchando en audiolibro (o audiobooks, como quieran llamarlos) los últimos meses entre pandemia y confinamientos.
Sí, estaban ahí con alta resolución, con iluminación frontal ajustable, resistentes a golpes y caídas, ideales para llevarlos en la cartera pero confieso que, esta confusión, este despiste, me hizo pensar que algunos de esos títulos, de esos ebooks me hubiera gustado tenerlos en papel para guardarlos en mis estantes, justo ahí, en el estante más alto, o más bajo, empujando a los otros, acomodándolos entre el volumen más gordo y el más flaco, junto a otros de autores amigos para que otro domingo, yo pueda cambiarlos de lugar o ponerlos cerca de una nueva foto o de un recuerdo de viaje, de esos que pueblan los estantes de mi biblioteca.
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