Eliminar toda representación cultural y patrimonio histórico que pueda referirse a la desigualdad y al pasado turbio para imponer una revisión y transformación de la historia volvió a ser noticia en medio de los movimientos reivindicativos.
La destrucción de estatuas esclavistas, personajes cuestionados, el boicot a lo que antes eran obras de arte, son una tendencia que sirve, sin duda, para dar visibilidad a los reclamos pero no resuelven los graves problemas y debates sobre el racismo.
¿Se deben prohibir obras, monumentos o personalidades pasadas? ¿Todo debe ir a la hoguera o sacarlo de catálogos, de museos, de bibliotecas? ¿Se deben prohibir las películas “de indios”?, ¿Se deben erradicar los monumentos de Los Reyes católicos que expulsaron a los judíos? ¿Qué se hace con Napoleón, que causó tres millones de muertes, reyes o sultanes? ¿O con Heidegger que colaboró con los nazis? ¿Debemos transformar, tapar, olvidar obras de grandes poetas, cineastas, pintores?
¿Cuál es el objetivo de estos actos? – se pregunta el filósofo español José Antonio Marina en uno de sus artículos
Evidentemente reparar una injusticia, anular honores inmerecidos, adaptarse a una nueva sociedad pero la unificación obligatoria asusta y como dice Marina: “La historia no se puede borrar, ni olvidar, ni manipular. No debemos empeñarnos en borrar las huellas de la infamia, sino en intentar comprenderlas para que no se repitan. Unos dicen que hay que recordar; otros, que hay que olvidar; otros, que hay que perdonar. Lo que creo que debemos hacer es aprender”
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