A los hispanohablantes, al parecer, nos gusta despreciar nuestras diferencias. El español, una lengua que hablan más de 577 millones de personas en el mundo —es decir, el 7,6 por ciento de la población mundial—, tiene muchas variantes, aunque nada que haga necesario traducir “enojar” por “enfadar”.La polémica surgió por los subtítulos en español peninsular que se usaron en España para presentar la película Roma, que está hablada en español... de México. Pero se trata de un dilema que se extiende a toda la producción cultural.
El periodista Álex Grijelmo cita al investigador mexicano Raúl Ávila, quien analizó 430.000 palabras en medios de México en los noventa y “concluyó que el 98,4 por ciento de ellas pertenecían al español general. El hecho diferencial se quedaba en un 1,6 por ciento”. ¿Cuántos leímos a Julio Cortázar, a Mario Vargas Llosa, a Horacio Quiroga o a Carmen Laforet sin necesidad de adaptación alguna?Hace tres años, cuando me sumé al proyecto de The New York Times en Español y me encargaron la tarea de elaborar nuestro manual de estilo, la consigna inicial fue que usáramos un español neutro, "uno que entendieran los lectores de América Latina y España". Erradicamos el "platicar" de los mexicanos, el "hacer cola" de los venezolanos, el "coger" de los españoles... Por temor al malentendido, nos enfocamos en anular las diferencias en vez de destacar la riqueza del idioma, ponerla en contexto y hacer brillar nuestra diversidad.
Hasta que, un día, una editora colombiana propuso un artículo sobre los beneficios de la patilla y solo los editores venezolanos le entendieron; los demás nos quedamos con cara de incógnita: ese 1,6 se materializó ante nosotros. Sin embargo, cuando supimos que hablaba de la sandía nos maravillamos y empezamos un juego que se ha vuelto una tradición en esta redacción: el de buscar y asombrar a los demás con nuestras diferencias. Entendimos que una imagen o un buen contexto nos permitían sortear la incomprensión para preservar las singularidades, enriquecer nuestros textos y compartir realidades.
¿Por qué adaptar el idioma a una versión neutra que nadie habla? Creemos que es mejor enfocarnos en encontrar alternativas que nos ayuden a los hispanohablantes a comprendernos mejor y a darnos cuenta de que el español nos une mucho más de lo que nos separa. (Sí, nos gusta que el argentino quiera llamar “pomelos” a las toronjas y nos reímos ante las protestas de los editores que no son mexicanos por la “toma de protesta”. Ya pues, como dicen los peruanos).
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