Las ciudades de Port Harcourt (la localidad petrolera por excelencia) o Abuja (la ciudad planificada y capital desde 1991) no se las aconsejo, no tienen mucho interés y les aseguro (al menos en mi época) tomar vuelos domésticos era... era... rezar en cualquier idioma, a cualquier Dios durante todo el viaje.
El único y poquito aire que teníamos en Nigeria era ir, muy de vez en cuando, a la playa. Una playa inmensa, solitaria, peligrosa pero no solo porque era Nigeria sino porque es el mar del Golfo de Guinea, un gran golfo del océano Atlántico. Las corrientes del Golfo son famosas por su fuerza natural y por la piratería a pequeña y gran escala.
El camino fluvial hacia la playa me resultaba muy triste. Al llegar, cruzábamos un pequeño pueblo, sus pocos habitantes nos veían pasar, proponían su ayuda a cambio de poco. La única gracia era sentarnos al borde del agua, esperar el roce de las olas, disfrutar del silencio y alejarnos de la congestionada Lagos. Y así pasaba nuestro día de playa antes de volver por el mismo triste camino a la misma congestionada ciudad de Lagos.
Algunos osados se aventuraban hasta Ghana, Togo o Benín, países vecinos, para cambiar de decorado pero con solo imaginarme en que llegar a la frontera podía significar un rapto, horas bajo el sol negociando coimas, largas colas de espera para cruzar la frontera sin razón alguna y con los cuatro chicos (y más aún teniendo dos hijas) era impensable para mi.
¿Turismo en Nigeria? ¿Hacer turismo en Nigeria? No quiero mentirles. Hacer turismo en Nigeria no sé lo que es. No tuve el coraje de alejarme de Lagos salvo para cuando tenía que ir al aeropuerto. Solo las idas y vueltas al aeropuerto merecerían otra de mis postales.
Claro que me hubiera gustado ver algún colorido festival como el famoso Durban Festival de Kano, en el norte del país, pero después de una tragedia aérea en esa ciudad en el 2002, ni borracha me llevaban.
Claro que me hubiera gustado ver algún colorido festival como el famoso Durban Festival de Kano, en el norte del país, pero después de una tragedia aérea en esa ciudad en el 2002, ni borracha me llevaban.
Después de algunos años, la inseguridad, la alerta permanente, la amenaza del paludismo (también en Birmania lo viví), el entorno, la muerte de mi madre, la vida confinada, empezaba a pesarme. Para guardar buenos recuerdos, sentí que debía preparar mi partida. Una hecho bien preciso, un altercado en el aeropuerto, aceleró mi decisión. Pocos meses después dejaba Nigeria con la tranquilidad de haberme ido en el momento justo.
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