Pekín. Ciudad inmensa, ciudad prohibida, ciudad de bicicletas, ciudad en plena ebullición. Estábamos en un gran hotel. Desde la ventana veíamos una larguísima avenida comercial con mucho movimiento. No pregunten cuál porque desde que yo fui a ahora, la ciudad se ha convertido en un mega mega mega ciudad.
El hecho de viajar con 2 de mis hijos despertaba mucha curiosidad, más aún cuando yo les decía que tenía 4. Me preguntaban si podían sacarse una foto con ellos, es decir que ahora entre los recuerdos tengo fotos de chinas con vestidos de novia con mis hijos, de chinos en uniforme con mis hijos, de pasantes desconocidos con mis hijos. En ese entonces no era tan supersticiosa como ahora, ahora ni se me ocurriría permitir una cosa así. Me acuerdo que lo primero que hice fue llamar a mi madre, como lo hacía todas las semanas. Todo funcionaba mejor que en Birmania y había que aprovechar. Me acuerdo como si fuera hoy. La llamé y le dije, entre lágrimas: Mamá, estoy en Pekín. ¡No lo puedo creer! Parece muy tonto. ¿Qué le iba a decir? Pero a mamá le gustaba mucho viajar y le entusiasmaba esto de tener una hija en la otra punta del mundo. Que yo le contara mis viajes la hacía soñar, la hacía estar cerca. Me preguntaba todo.
Volviendo a Pekín. ¿Estaba emocionada por estar en Pekín aunque no la consideré una ciudad “acogedora”? No sé, fue así. Como cuando llegué por primera vez a París. Llamé a Buenos Aires desde el aeropuerto, desde un viejo teléfono público. Cuando papá atendió, le dije, entre lágrimas: Papá, estoy en París ¡No lo puedo creer!
Volviendo a Pekín. Estar en la China me pareció que, aunque las distancias eran (y más aún hoy lo son) cada vez más cortas, estaba realmente en el otro lado del mundo y me pareció fantástico.
¿Qué hicimos? La muralla china, los Templos, la Ciudad Prohibida, la Plaza Tiananmén, una casa de té, un mercado y otras obviedades. No, no visitamos los huntong, esos callejones que forman parte del casco antiguo de la ciudad. El gobierno ya había empezado su destrucción. Había empezado a esconderlas y a reformarlas para una atracción turística, cosa que yo no acepto visitar porque detesto interrumpir el ritmo de la gente. Prefiero ver la gente en su cotidiano que en lo armado, decorativo e impuesto.
Hasta el año 2000 había más de 45000 calles en el viejo Pekín pero a partir del 2008 con los Juegos Olímpicos, el gobierno decidió derribar gran parte de los viejos barrios para construir nuevas viviendas.
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