Cuando terminé de leer el agradable libro de cuentos DESENCUENTROS de Luis Sepúlveda, decidí empezar la última novela de Haruki Murakami, LA MUERTE DEL COMENDADOR. Lo había comprado hace unos meses y, como suelo hacer con un libro tan exitoso, tan comentado, espero un tiempo antes de leerlo para desintoxicarme de tantas críticas y comentarios.
Hay gente a la que no le gusta Murakami. Hay otros que son fieles lectores, admiradores incondicionales de sus obras. Otros que no saben ni quién es y otros como yo que cuanto más leo al escritor japonés, más me gusta. No sé, será porque siempre hay algo misterioso, algo que conmueve en sus historias, no lo sé.
Dejemos de lado las reseñas detalladas
(hay muchas en la red), las comparaciones, si es un homenaje personal a El Gran
Gatsby, si es la mejor obra del autor, lo único que puedo decirles es que yo devoré
este libro atraída por personajes tan singulares, por su magia, por esa
permanente combinación entre la ilusión y lo cotidiano, por la narración calma,
tranquila, que retoma frases ya dichas, escenas repetidas que solo nos hacen
revivir los sentimientos del protagonista.
La música, la pintura, las
referencias literarias y la historia me acompañaron a lo largo de toda la historia. La puesta
en escena, los detalles, las descripciones, el paso de las estaciones, de los
días, los enigmas, la realidad, todo está en su justo lugar. Una campanilla que suena
en el bosque a media noche, un misterioso y acaudalado vecino, el abandono, un personaje minúsculo, gracioso y sorprendente, las pérdidas, los silencios, un cuadro secreto, el sexo, todo está
tan bien dosificado que no podía dejar de leer.
No podía separarme de su gran personaje, ese retratista de cierto prestigio que, en plena crisis de pareja, abandona Tokio para instalarse en una casa aislada, un lugar donde retirarse durante un tiempo para encontrarse a si mismo y descubrir otra forma de pintar.
Dos tomos para esta historia. En el primero, Murakami nos deja con la duda de la conexión entre sus personajes, los objetos y el misterioso cuadro "La muerte del comendador" . En el segundo, de forma curiosa y hasta delirante, los personajes, curiosidades, convivencias extrañas se van acomodando y atrapan hasta el final. ¿El final? El final es de una discreta sencillez para una historia tan llena de fantasías y dilemas. “Un fascinante laberinto”, dice la contratapa y es así. Esta novela es un laberinto tan bien construido que, con el "don de crear sueños", Murakami hace que uno se pierda rápidamente por caminos melancólicos y sensibles.
Mis comentarios y recomendaciones son los de una simple lectora.
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