Mi vida ha cambiado. Hace un par de meses dejé la Argentina y mi vida ha cambiado. Mi marido se jubiló y mi vida ha cambiado. Mis hijos viven en 4 lugares diferentes y la vida nos ha cambiado. Hablo en francés, en español, leo en español, voy al cine en francés, sigo las noticias en francés y leo diarios en los portales argentinos. Mi vida ha cambiado. No sé si compartir cosas francesas o españolas o argentinas en las redes sociales o no compartir nada. Estoy desorientada. Mi vida ha cambiado.
El gallito ciego - Antonio Berni - 1972 |
Leo, leo, leo y trato de entender y me pregunto: ¿En qué nos equivocamos? ¿No hemos aprendido nada? ¿Cuánto más tenemos que pasar para salir adelante? ¿Cuánto tiempo más uno tiene que escuchar estupideces y mentiras, entusiasmarse con promesas, desilusionarse, volver a apostar? ¿Nadie se arrepiente de nada? ¿Nadie se hace cargo de los errores? ¿Todos mienten? ¿Todos engañan? ¿Nadie se avergüenza? ¿Nadie llora arrepentido? ¿Nadie piensa en la patria? ... Pareciera que no y mientras, la rueda de la vida gira y seguimos conmoviéndonos con la beba de Urtubey, opinamos sobre el casamiento de Flor Peña que durará tres días o el amor de Rial por sus gatos ... y la rueda de la vida sigue y yo sigo desorientada.
¿Pedir plata prestada? ¿Pedir al FMI? ¿Pedir era la única opción? Me pregunto. Cuando un país está vacío y vaciado, saqueado, robado, estafado por unos o por otros durante años ¿Endeudarse, pedir un préstamo, recurrir al FMI era la salida? ¿Es la salida? ¿Será una solución? ¿Quedaba otra? ... No lo sé. Si le pregunto a mi marido, dice que no, si me pregunto a mi misma... no tengo la menor idea.
Intento encontrar una respuesta sencilla. Si me pongo los anteojos rosas, esos que me hacen ver la mejor parte de la vida, imagino que este manotón de ahogado es una medida necesaria y que al final del camino los argentinos disfrutaremos tranquilitos de una casita linda, pintada, un cuidado jardín y me repito una y otra vez que saldremos adelante. Pero si, por el contrario, me pongo los anteojos negros, de esos que hacen que uno no reciba el sol, imagino que el salvavidas del FMI (que nunca es un regalo de navidad) está pinchado y que solo servirá para que unos pocos lo pasen bien, se tapen agujeros, se hagan piletas innecesaria en lugar de cloacas, mantengan golfs en lugar de escuelas, se escurran en los bolsillos de muchos, se pierdan en paraísos ajenos, se peleen entre los que tienen y los que desean tener más, se hagan fiestas con bombos, globos y platillos en lugar de ... en lugar de... en lugar de... de hacer lo que se debe hacer y pienso en que los próximos años de la Argentina (y de los argentinos) serán negros, muy negros.
Estoy desorientada y no sé si creer o reventar. Cuando leo, pregunto... me asusto. Pienso todos los días en la gente que quiero que no lo está pasando bien. Pienso en la gente que ni siquiera conozco y que no tiene, que no tiene nada o casi nada. Pienso en los que tienen mucho, muchísimo, más que muchísimo y no quieren renunciar a nada ni mirar a nadie. Estoy desorientada. Quiero creer más que reventar. Quiero confiar en que algún día, aunque yo no viva ahí, los argentinos tendremos una linda casa, limpia, reluciente y ordenada. Sin embargo, a veces, siento que a los argentinos nos gusta jugar al “gallito ciego”, ese juego que de tanto dar vueltas terminamos mareados, aturdidos, sin saber hacia dónde vamos ni con quien nos vamos a encontrar cuando nos saquemos la venda de los ojos.
Estoy desorientada y no sé si creer o reventar. Cuando leo, pregunto... me asusto. Pienso todos los días en la gente que quiero que no lo está pasando bien. Pienso en la gente que ni siquiera conozco y que no tiene, que no tiene nada o casi nada. Pienso en los que tienen mucho, muchísimo, más que muchísimo y no quieren renunciar a nada ni mirar a nadie. Estoy desorientada. Quiero creer más que reventar. Quiero confiar en que algún día, aunque yo no viva ahí, los argentinos tendremos una linda casa, limpia, reluciente y ordenada. Sin embargo, a veces, siento que a los argentinos nos gusta jugar al “gallito ciego”, ese juego que de tanto dar vueltas terminamos mareados, aturdidos, sin saber hacia dónde vamos ni con quien nos vamos a encontrar cuando nos saquemos la venda de los ojos.