"La memoria de una niña...En la memoria de una niña solo se graban el miedo o las cosas agradables..." - dice Valia Kozhanóvskaia en el libro "Últimos testigos, los niños de la Segunda Guerra mundial" de Svetlana Alexiévich, la premio Nobel de Literatura 2015.
Valia tenía 10 años cuando la guerra empezó y como miles de niños que la vivieron vieron cosas que no debían ver. Vieron una guerra en donde perdieron la vida 27 millones de soviéticos. Niños que vieron morir de la forma más cruel a sus padres, sus hermanos, sus amigos, sus vecinos y hasta sus animales. La Segunda Guerra Mundial dejó casi trece millones de niños muertos y, en 1945, solo en Bielorrusia, vivían en los orfanatos unos veintisiete mil huérfanos.
Este libro me conmovió más que "La guerra no tiene rostro de mujer", de la misma autora, la historia jamás contada de las mujeres que combatieron en la II Guerra. Me conmovió más porque es triste leer, casi escuchar, a los últimos testigos del horror contando su infancia y lo que les quedó para siempre en la memoria después de tanto dolor.
En ambas obras no se habla de héroes, de vencedores y vencidos. Se habla de la suciedad, del frío, del hambre, de la muerte, de la soledad, de las pérdidas, de los viajes, el olor, del dolor pero también se habla de la solidaridad, de los reencuentros, de la supervivencia, de la luz, de las madres, del olvido, del coraje y de preguntas: ¿Cómo sobreviví? ¿Sigo vivo? ¿Qué queda después de la guerra?
Usaré algunas frases de los adultos-niños que me turbaron, solo algunas, muy pocas (hubo 100 testimonios)
...Y en medio de una infancia tan alegre...de repente...de la noche a la mañana...¡la guerra! (Masha)
...Diez años tenía, exactamente diez...Y estalló la guerra. ¡Esa maldita guerra! (Volodia)
...La memoria tiene colores...la vida antes de la guerra se me quedó grabada en la memoria...todo cambiaba de color. Eran colores vivos. Los años de la guerra, en cambio, el orfanato..., los colores se volvieron grises. (Galia)
...Iré a suplicar a los alemanes que no quemen nuestra aldea. Que hay niños. Fue, y a él también lo quemaron. Incendiaron la escuela. Todos los libros. Redujeron a cenizas nuestras huertas. Nuestros jardines. ( Sacha)
...Desde entonces no me quedan lágrimas...no tengo lágrimas ni siquiera en los momentos en que debería tenerlas. (...) Mamá y yo nos encontramos... pasaron muchos días antes de que pudiéramos explicarnos la guerra que habíamos vivido cada uno...(Eduard)
...Mientras tenía a mi madre a mi lado nada me daba miedo (...) Mi madre era mi mundo. Mi planeta. Si mi madre estaba allí, parecía que todo era como antes, como en casa. Cerraba los ojos y era como si no hubiera guerra ( Taisa)
...El hambre te cambia la voz. Y en ocasiones la voz desaparece...Nuestro desayuno era un pedazo de papel pintado...y agua hervida. (Galina)
...Nuestra casa había ardido, también había ardido el jardín: en los manzanos quedaron colgando manzanas asadas. Las recogíamos y nos las comíamos (Rimma)
...En 1943 la cosa se hizo más llevadera. En los Urales ya no se sufría tanta hambre...aún así, sigo sin poder mirar tranquilamente a una persona hambrienta. Su mirada...hace poco vi por televisión a unos refugiados...otra vez hay guerra en alguna parte. Y tiroteos. La gente hambrienta hacía cola con marmitas vacías en las manos. Sus ojos también estaban vacíos...recuerdo esos ojos (...) El primer año después de la evacuación no éramos capaces de ver la naturaleza, solo despertaba un único deseo: probar si era comestible(...) Alegrarme al ver las flores...la hierba joven...simplemente sentir alegría... eso lo aprendí mucho tiempo más tarde...(Ania)
...Repaso los recuerdos de la guerra para comprender... si no, ¿para qué sirven los recuerdos?...Han pasado muchos años ¡He leído tantos libros! Pero de la guerra no sé más de lo que sabía cuando era niña. (Nadia)
...No me da bien la felicidad. Me da pánico. Siempre me parece que se terminará de un momento a otro. Y ese "de un momento a otro" me acompaña siempre. Aquel miedo infantil... (Tamara)
Alexiévich es, como ella misma dice, " una historiadora de almas" que estudia a la persona concreta que ha vivido en una época concreta y ha participado en acontecimientos concretos. Nada más cierto. Este libro es la vida misma, es la historia de almas, de almas con nombre y apellido que sufrieron guerras, terribles guerras, malditas guerras que no se acaban.
Valia tenía 10 años cuando la guerra empezó y como miles de niños que la vivieron vieron cosas que no debían ver. Vieron una guerra en donde perdieron la vida 27 millones de soviéticos. Niños que vieron morir de la forma más cruel a sus padres, sus hermanos, sus amigos, sus vecinos y hasta sus animales. La Segunda Guerra Mundial dejó casi trece millones de niños muertos y, en 1945, solo en Bielorrusia, vivían en los orfanatos unos veintisiete mil huérfanos.
Este libro me conmovió más que "La guerra no tiene rostro de mujer", de la misma autora, la historia jamás contada de las mujeres que combatieron en la II Guerra. Me conmovió más porque es triste leer, casi escuchar, a los últimos testigos del horror contando su infancia y lo que les quedó para siempre en la memoria después de tanto dolor.
En ambas obras no se habla de héroes, de vencedores y vencidos. Se habla de la suciedad, del frío, del hambre, de la muerte, de la soledad, de las pérdidas, de los viajes, el olor, del dolor pero también se habla de la solidaridad, de los reencuentros, de la supervivencia, de la luz, de las madres, del olvido, del coraje y de preguntas: ¿Cómo sobreviví? ¿Sigo vivo? ¿Qué queda después de la guerra?
Usaré algunas frases de los adultos-niños que me turbaron, solo algunas, muy pocas (hubo 100 testimonios)
...Y en medio de una infancia tan alegre...de repente...de la noche a la mañana...¡la guerra! (Masha)
...Diez años tenía, exactamente diez...Y estalló la guerra. ¡Esa maldita guerra! (Volodia)
...La memoria tiene colores...la vida antes de la guerra se me quedó grabada en la memoria...todo cambiaba de color. Eran colores vivos. Los años de la guerra, en cambio, el orfanato..., los colores se volvieron grises. (Galia)
...Iré a suplicar a los alemanes que no quemen nuestra aldea. Que hay niños. Fue, y a él también lo quemaron. Incendiaron la escuela. Todos los libros. Redujeron a cenizas nuestras huertas. Nuestros jardines. ( Sacha)
El hambre y el frío. Esa es la constante de las guerras. Comer=vivir.
...El hambre te cambia la voz. Y en ocasiones la voz desaparece...Nuestro desayuno era un pedazo de papel pintado...y agua hervida. (Galina)
...Nuestra casa había ardido, también había ardido el jardín: en los manzanos quedaron colgando manzanas asadas. Las recogíamos y nos las comíamos (Rimma)
...En 1943 la cosa se hizo más llevadera. En los Urales ya no se sufría tanta hambre...aún así, sigo sin poder mirar tranquilamente a una persona hambrienta. Su mirada...hace poco vi por televisión a unos refugiados...otra vez hay guerra en alguna parte. Y tiroteos. La gente hambrienta hacía cola con marmitas vacías en las manos. Sus ojos también estaban vacíos...recuerdo esos ojos (...) El primer año después de la evacuación no éramos capaces de ver la naturaleza, solo despertaba un único deseo: probar si era comestible(...) Alegrarme al ver las flores...la hierba joven...simplemente sentir alegría... eso lo aprendí mucho tiempo más tarde...(Ania)
...Repaso los recuerdos de la guerra para comprender... si no, ¿para qué sirven los recuerdos?...Han pasado muchos años ¡He leído tantos libros! Pero de la guerra no sé más de lo que sabía cuando era niña. (Nadia)
...No me da bien la felicidad. Me da pánico. Siempre me parece que se terminará de un momento a otro. Y ese "de un momento a otro" me acompaña siempre. Aquel miedo infantil... (Tamara)
Alexiévich es, como ella misma dice, " una historiadora de almas" que estudia a la persona concreta que ha vivido en una época concreta y ha participado en acontecimientos concretos. Nada más cierto. Este libro es la vida misma, es la historia de almas, de almas con nombre y apellido que sufrieron guerras, terribles guerras, malditas guerras que no se acaban.