Estas serie de viajes son experiencias personales de los lugares en los que viví. No tienen la intención de recomendaciones turísticas, son solo recuerdos que escribí a lo largo de mis idas y vueltas por el mundo. Algunas de las fotos son de mi colección personal.
Año 1989 - Mi avión aterrizó en Dubai por el simple capricho de un poderoso pasajero que ordenó cambiar la ruta del avión, de mi avión y la de centenas de viajantes que nos dirigíamos a Abu Dabi*, a 150 kilómetros del descenso forzado.
Aunque mi viaje estaba perfectamente organizado por un marido muy meticuloso y una empresa más que cuidadosa, para nada estaba previsto el desvío del avión. No sabía muy bien qué hacer. Las visas no eran
válidas si alguien no me iba a rescatar al aeropuerto, no podría entrar ni a Dubai, ni volverme a casa.... ¿A quién tenía que llamar ?¿A dónde tenía que ir? ¿Tenía que esperar? ¿Tenía que salir? No hablaba árabe. Busqué en el diccionario de bolsillo: ana la atakalam al-arabia . Me sentí completamente fuera de lugar ¿Debía cubrirme? Ninguna mujer tenía pantalones. Estaba
desorientada. ¿Qué estaba haciendo ahí
con mi beba recién nacida? ¿Qué tenía que hacer? Me sentí sola.
De repente escuché un “Mrs, Mrs … I’m Mohammed, your driver. We go home by car. Don’t worry". Sin dudar un instante, empecé a seguirlo. No sabía a donde nos llevaba pero yo lo seguí. Con un paso firme y algunos ligeros ademanes, Mohammed despejó el camino. En minutos presentó papeles y más papeles en diversas oficinas , explicó que nosotras íbamos a vivir en Abu Dabi, que mi marido ya estaba trabajando allá y nos esperaba. Se ocupó de las valijas
y nos escabullimos rápidamente.
A la salida nos esperaba una ola de calor. Vi que los ojos de mi hija reaccionaron a la luz de un sol brillante
como pocos. Llegamos al auto, un auto confortable, lujoso, con olor
a cuero recién estrenado y ahí, dejando la agitación del aeropuerto, emprendimos el camino hacia Abu Dabi.
Me asusté. ¿Y si esa no era la ruta? ¿Y si Mohammed nos abandonaba ahí? ¿Y si eso era Abu Dabi y no había nada más? . Mi instinto maternal recién estrenado me hizo revisar el bolso de mano y verificar (por las dudas) que tuviera suficientes pañales y comida para mi hija. Tenía lo necesario y más que lo necesario. Inquieta como estaba, acomodé a la beba en el asiento y amagué con bajarme para ver qué pasaba. Abrí la puerta con la intención de acercarme a una palmera raquítica. Solo quería airearme un poco. Mohammed me hizo un gesto. Entendí. Tenía que volver al auto sin chistar. Lo había interrumpido. Eso no era bueno. Tenía que esperar. Esperar que todo terminara. Eso hice. Esperé mirando discretamente a Mohammed concentrado en sus rituales. Lo vi desplegar una pequeña alfombra, lavarse las manos, la cara con el agua de una botella, inclinándose, postrándose una y otra vez, para después de terminar sus plegarias, guardar todo prolijamente y sin apuro. Era su momento, el que yo debía respetar y era mi momento para empezar a entender a donde había llegado y a donde viviría algunos años.
Había estudiado algo sobre
Abu Dabi. Sabía que era la capital de los Emiratos Árabes Unidos. Sabía que el porcentaje de extranjeros era altísimo. Repasé en silencio todo lo que había aprendido
sobre la cría de camellos, la producción de dátiles, los oasis, las perlas de
la costa y por supuesto la riqueza, el petróleo y los petrodólares. Recordé el nombre del
jeque, escasas palabras en árabe que nunca terminaría de aprender y algunas reglas de convivencia en un país
musulmán. Sabía que las 5 oraciones diarias eran obligatorias y que si no se tiene una mezquita cerca, los fieles debían determinar el tiempo de acuerdo a la posición del sol en el cielo.
Cuando Mohammed enrolló su manta de oración, se acercó al auto con su traje blanco, impecable, para acomodar sus cosas nuevamente en el baúl. Se sentó, se dio vuelta para mirar con una leve sonrisa a la preciosa Caroline, mi hija, y emprendimos la ruta en silencio, en el silencio del desierto. Faltaban pocos kilómetros para llegar a Abu Dabi. Caroline abrió los ojos. Antes de que reclamara su mamadera, la alcé, la acerqué a la ventanilla y le mostré por primera vez el desierto. Me miró, casi con una mirada cómplice, y en ese momento las dos supimos que nuestra vida de viajeras empezaba y sería larga, muy larga.
Edificio donde vivíamos y la panadería La Brioche |
*Aunque según
las normas de transcripción del árabe debería escribirse en español Abu Zabi, la academia de la
lengua recomienda la forma Abu
Dabi. El gentilicio recomendado es abudabí. Sin embargo el nombre más reconocido es Abu Dhabi.