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POSTALES - ABU DHABI

Estas serie de viajes son experiencias personales de los lugares en los que viví. No tienen la intención de recomendaciones turísticas, son solo recuerdos que escribí a lo largo de mis idas y vueltas por el mundo. Algunas de las fotos son de mi colección personal. 

Año 1989 - Mi avión aterrizó en Dubai por el simple capricho de un poderoso pasajero que ordenó cambiar la ruta del avión, de mi avión y la de centenas de viajantes que nos dirigíamos a Abu Dabi*, a 150 kilómetros del descenso forzado.


Bajé del avión confundida. Había dejado Buenos Aires muchísimas horas antes. Estaba agotada después de un viaje muy largo, casi sin dormir, ansiosa y con una beba de muy pocos meses en los brazos. Di algunas vueltas entre h
ombres con túnicas blancas, mujeres con velos y niños corriendo para encontrar un lugar donde sentarme y buscar entre mis documentos, alguna referencia de lo que debía hacer en caso de emergencia. 

Aunque mi viaje estaba perfectamente organizado por un marido muy meticuloso y una empresa más que cuidadosa, para nada estaba previsto el desvío del avión. No sabía muy bien qué hacer. Las visas no eran válidas si alguien no me iba a rescatar al aeropuerto, no podría entrar ni a Dubai, ni volverme a casa.... ¿A quién tenía que llamar ?¿A dónde tenía que ir? ¿Tenía que esperar? ¿Tenía que salir? No hablaba árabe. Busqué en el diccionario de bolsillo: ana la atakalam al-arabia . Me sentí completamente fuera de lugar ¿Debía cubrirme? Ninguna mujer tenía pantalones. Estaba desorientada. ¿Qué estaba haciendo ahí con mi beba recién nacida? ¿Qué tenía que hacer? Me sentí sola. 
De repente escuché un  “Mrs, Mrs … I’m Mohammed, your driver. We go home by car. Don’t worry".  Sin dudar un instante, empecé a seguirlo. No sabía a donde nos llevaba pero yo lo seguí. Con un paso firme y algunos ligeros ademanes, Mohammed despejó el camino. En minutos presentó papeles y más papeles en diversas oficinas , explicó que nosotras íbamos a vivir en Abu Dabi, que mi marido ya estaba trabajando allá y nos esperaba. Se ocupó de las valijas y nos escabullimos rápidamente. 
A la salida nos esperaba una ola de calor. Vi que los ojos de mi hija reaccionaron a la luz de un sol brillante como pocos. Llegamos al auto, un auto confortable, lujoso, con olor a cuero recién estrenado y ahí, dejando la agitación del aeropuerto, emprendimos el camino hacia Abu Dabi.


Nos aventuramos en una larga ruta sin una curva, silenciosa, con un paisaje monótono: arena y cielo, cielo y arena. Aún con aire acondicionado, e
l calor era sofocante. A través de la ventanilla la luminosidad distorsionaba el paisaje. La reverberación traspasaba mis anteojos de sol y me hacía entrecerrar los ojos. Era una carretera que, como única atracción, mostraba kilómetros de larguísimas mangueras negras a sus costados regando artificialmente el camino y alguna que otra palmera. Cada tanto una señal vial de Atención Camellos me indicaba a donde había llegado. Dormitaba junto a mi hija cuando, sin mucha explicación, el conductor se detuvo al borde de la ruta. Bajó, buscó cosas en el baúl, me hizo algunos gestos, me dijo algunas palabras que no entendí y se alejó unos metros, dejándome en medio del desierto dorado, casi infinito, con el potente aire acondicionado encendido.

Me asusté. ¿Y si esa no era la ruta? ¿Y si  Mohammed nos abandonaba ahí? ¿Y si eso era Abu Dabi y no había nada más? . Mi instinto maternal recién estrenado me hizo revisar el bolso de mano y verificar (por las dudas) que tuviera suficientes pañales y comida para mi hija. Tenía lo necesario y más que lo necesario. Inquieta como estaba, acomodé a la beba en el asiento y amagué con bajarme para ver qué pasaba. Abrí la puerta con la intención de acercarme a una palmera raquítica. Solo quería airearme un poco. Mohammed me hizo un gesto. Entendí. Tenía que volver al auto sin chistar. Lo había interrumpido. Eso no era bueno. Tenía que esperar. Esperar que todo terminara. Eso hice. Esperé mirando discretamente a Mohammed concentrado en sus rituales. Lo vi desplegar una pequeña alfombra, lavarse las manos, la cara con el agua de una botella, inclinándose, postrándose una y otra vez, para después de terminar sus plegarias, guardar todo prolijamente y sin apuro. Era su momento, el que yo debía respetar y era mi momento para empezar a entender a donde había llegado y a donde viviría algunos años.  
Edificio donde vivíamos y la panadería La Brioche
Había estudiado algo sobre Abu Dabi. Sabía que era la capital de los Emiratos Árabes Unidos.  Sabía que el porcentaje de extranjeros era altísimo. Repasé en silencio todo lo que había aprendido sobre la cría de camellos, la producción de dátiles, los oasis, las perlas de la costa y por supuesto la riqueza, el petróleo y los petrodólares. Recordé el nombre del jeque, escasas palabras en árabe que nunca terminaría de aprender y algunas reglas de convivencia en un país musulmán. Sabía que las 5 oraciones diarias eran obligatorias y que si no se tiene una mezquita cerca, los fieles debían determinar el tiempo de acuerdo a la posición del sol en el cielo. 


Cuando Mohammed enrolló su manta de oración, se acercó al auto con su traje blanco, impecable, para acomodar sus cosas nuevamente en el baúl. Se sentó, se dio vuelta para mirar 
con una leve sonrisa a la preciosa Caroline, mi hija, y emprendimos la ruta en silencio, en el silencio del desierto. Faltaban pocos kilómetros para llegar a Abu Dabi. Caroline abrió los ojos. Antes de que reclamara su mamadera, la alcé, la acerqué a la ventanilla y le mostré por primera vez el desierto. Me miró, casi con una mirada cómplice, y en ese momento las dos supimos que nuestra vida de viajeras empezaba y sería larga, muy larga. 

*Aunque según las normas de transcripción del árabe debería escribirse en español Abu Zabi, la academia de la lengua recomienda la forma Abu Dabi. El gentilicio recomendado es abudabí. Sin embargo el nombre más reconocido es Abu Dhabi. 


Hoy Abu Dabi (Abu Dhabi) es la capital yla segunda ciudad más poblada de los Emiratos Árabes Unidos. Abu Dabi aloja importantes oficinas del gobierno federal y es la sede del Gobierno de los Emiratos Árabes Unidos así como sede de la familia real emiratí. Abu Dabi ha crecido hasta convertirse en una metrópolis cosmopolita. Su rápido desarrollo y urbanización, junto con la relativamente elevada renta media de su población, ha impulsado una transformación de Abu Dabi en la última década del siglo XX y primera del XXI. Abu Dabi genera por sí sola el 15 % del PIB de los Emiratos.​  Es uno de los mayores productores mundiales de petróleo aunque ha tratado de diversificar su economía en los últimos años a través de inversiones en los servicios financieros y turismo. (de es.wikipedia.org/wiki/Abu_Dabi)

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