"... Primeramente habría que dividirlos en dos grupos: los que hacen del robo su medio de vida y los que roban para leer. Con los primeros ninguna consideración (...) El gremio es reducido y todos los ladrones se conocen. Se se sabe que en tal librería se puede robar, ahí van todos (...) No se te ocurra denunciarlos a la policía porque el tiempo que vas a perder equivale a libros aún más caros. Además mandar en cana a una persona que roba libros es un hijoputez, cuando hay tanto chorro condecorado, funcionarios y ministros a quienes nadie les dice ni pío...La segunda categoría de ladrones también admite una subdivisión: los que roban porque necesitan el libro y no tienen dinero, y los que lo hacen por comodidad. Hay una tercera, y es la de aquellos que necesitan robar un libro para sentirse aventureros o para probar sus nervios, y no sería raro que hasta fueran buenos compradores (...) EL PRINCIPIO DICE QUE NO HAY QUE DEJAR QUE NADIE ROBE, PERO SI VES A UN POBRE ROBANDO LAS FLORES DEL MAL O LAS SOLEDADES DE GÓNGORA, Y BUENO, CHE, QUÉ SE LE VA A HACER..."
Hace pocos días esperaba a mi marido en la puerta de un teatro de la calle Corrientes. Había llegado un ratito antes y entonces entré a una de esas típicas librerías de la avenida de los teatros. Sabía que no iba a comprar nada pero igual miraba interesada las ofertas. De repente se armó un revuelo. Un vendedor tomó del brazo a un joven, ese que estaba mirando la mesa de la izquierda, lo llevó a la entrada y le pidió que le devuelva lo robado.
Con un gesto casi automático revisé mi cartera para ver si mi billetera seguía ahí. Me avergoncé de mi misma. Entonces vi que el joven sacó 2 libros de los bolsillos de su campera. 2 libros. 2 libros. El vendedor llamó a un policía, el de la esquina, que se lo llevó del brazo para... seguramente para nada.
Me quedé unos momentos más en esa librería típica de la calle Corrientes y mientras daba vueltas por entre las mesas me acordé del libro del poeta y librero Héctor Yánover, Memorias de un Librero.
Estos son algunos párrafos en donde cuenta como, en sus inicios del oficio, un colega vendedor le enseñaba cómo detectar y qué hacer con los ladrones de libros.
Los tiempos han cambiado pero los ladrones de libros siguen estando como ese chico que vi hace algunos días devolviendo 2 libros robados. Me dio pena. Me dieron ganas de pagárselos yo porque quizás estaba robando Las flores del mal y ¿cómo prohibirle de ese placer? porque como bien decía Yánover:
"Buscar un libro es buscar el alimento para el caracú del alma. Y son ellos los que han configurado - en gran medida - las arrugas y los tintes y los brillos de esa alma..."
Las aventuras de Yánover y sus inicios como librero siguen en el pequeño libro. Héctor, poeta y librero, tuvo su propia librería, que aún existen, Norte, Débora Yánover, hija del poeta, sigue con la ardua pero gratificante tarea de librero.