Hace mucho tiempo leí un artículo de Sergio Sinay en la Revista La Nación @LNRevista. Se llamaba: Tender la mesa, tender la vida y decía:
"...El acto de sentarse a la mesa es un llamado de atención sobre nuestro lugar en la cadena de las generaciones y la continuidad de la especie y del planeta, sobre la responsabilidad que tenemos hacia los otros y sobre la gratitud. Es, también, una oportunidad para advertir cómo se gesta y se perpetúa la memoria. Y una invitación a que no nos levantemos de la mesa sin un pensamiento o una palabra de agradecimiento. Y sin la decisión de participar, de algún modo, en la preparación de la mesa y los alimentos ..."
Lo recuerdo porque era un artículo con reflexiones sensibles sobre el acto de sentarse a la mesa (y con una lindísima ilustración de Eva Mastrogiulio.)
Al leerlo pensé en que lo que más me molestaba como mamá de adolescentes, era el desorden de "sentarse a la mesa".
Transmitir a mis hijos el orden de las comidas para mí fue fundamental: no televisión, no cada uno por su lado, no comidas alteradas ni disfrutar de un pequeño momento de sobremesa. En época de hijos adolescentes, el ritmo de desayunos a cualquier hora, almuerzos de fin de semana a medio hacer, comidas que se dejaban enfríar, el "ya llego pero a último momento no llego"... la prioridad no era sentarse a la mesa.
Ahora, que son todos adultos, que ya no viven en casa, extraño ese desorden.
Pero hay algo que sí intento conservar, aunque cada vez es más difícil juntarlos a todos, es la importancia de tender la mesa de navidad porque el "tender la mesa es tender la vida", el mantel de navidad es el que perpetúa la memoria. Y mis hijos lo saben porque como dice Thomas Moore "si sólo nos dedicamos a masticar y seguir de largo, el alma habrá perdido su alimento..."
La ilustración es de mi hermana Alejandra Viacava |
No es la primera vez que hablo de manteles y de la importancia de tender la mesa y de lo lindo que se ve este acto tan sencillo. Los invito a leer mi entrada: mireyaviacava.blogspot.com.ar