Leyendo la historia de Carlos Santamaría Díaz, un niño mexicano de 9 años y que estudia Química en la universidad pensé en otros niños, en esos que compartían la misma página del mismo diario, con la mis tipografía en la misma sección: Internacionales.
Porque al lado de la foto de Carlos Santamaría, el universitario superdotado que no llega a tocar el suelo cuando se sienta en el pupitre de la Universidad Nacional Autónoma de México, estaba la foto de 61 niños mexicanos explotados en sectores agrícolas en el norte del país.
Pensé en lo injusta que es a veces la vida. A algunos, pocos, mucho y a otros, muchos, nada.
Di vuelta la página y me encontré el anuncio de una ONG de la que hace mucho escucho hablar. Se llama ENTRECULTURAS. Una organización que trabaja por el derecho a la educación de todas las personas y para que los más desfavorecidos tengan una educación de calidad.
Me quedé con estas 3 imágenes.
Porque al lado de la foto de Carlos Santamaría, el universitario superdotado que no llega a tocar el suelo cuando se sienta en el pupitre de la Universidad Nacional Autónoma de México, estaba la foto de 61 niños mexicanos explotados en sectores agrícolas en el norte del país.
Pensé en lo injusta que es a veces la vida. A algunos, pocos, mucho y a otros, muchos, nada.
Di vuelta la página y me encontré el anuncio de una ONG de la que hace mucho escucho hablar. Se llama ENTRECULTURAS. Una organización que trabaja por el derecho a la educación de todas las personas y para que los más desfavorecidos tengan una educación de calidad.
Me quedé con estas 3 imágenes.
- El niño-universitario, al que seguramente se le escapará la infancia,
- Los niños que no saben lo que es ser niño
- Y los niños a los que se les puede ofrecer una de las herramientas más poderosas: la educación.