Hace muchos años, cuando trabajaba en una revista llamada Gourmet, hicimos un entrevista al arquitecto y amigo Luis Grossman. El tema era el ruido en los restaurantes. A mi, que frecuentaba muchos restaurantes al mes, me obsesionaban los problemas de aislamiento acústico de los restaurantes. Y ese fue el tema de la nota:
¿Cómo muchos arquitectos, decoradores o propietarios ponían más esfuerzo en "la deco" que en crear un ambiente agradable y silencioso a la vez, un lugar que permitiera hablar sin tener que gritar, alargar una sobremesa y no desear partir de ese lugar a causa del ruido?
El silencio ¡Qué buen invento! Un lugar silencioso ¡Qué bueno! Trabajo en silencio. Leo en silencio. Me gusta el silencio. No necesito ni música de fondo ni fiestas multitudinarias, ni parlantes poderosos, ni lugares ruidosos. Disfruto del silencio pese a que soy muy charlatana pero necesito el silencio para sobrevivir. No es cuestión de edad, es cuestión de maneras de ser. Siempre fui así. El silencio es una de mis obsesiones y lo necesito.
Si en un café me molesta el volumen de la música, cambio discretamente de lugar. Si en una peluquería me ponen la cadena MTV en permanencia, cambio de peluquero. Si en el cine el sonido está excesivamente alto y no me dejar disfrutar de "la peli" pido gentilmente que bajen el sonido (como es el caso en Venezuela o España, países que tiene una de las tasas más altas de contaminación sonora junto con México).
Para muchos el ruido es vida, para mi también, pero me alcanza con el ruido natural de mis hijos que entran y salen, sus amigos que entran y salen, su música, sus instrumentos, nuestras peleas y una buena música de fondo cuando mi corazón la reclama.
Cuando volví a Buenos Aires me impresionó el ruido de la ciudad. Un día, en la calle Suipacha casi esquina Viamonte, a pocas cuadras de donde estaba la redacción de la revista Gourmet, recordé esa nota a Luis Grossman y pensé que 30 años después el tema del ruido me seguía obsesionando.
A los pocos días leí un editorial en el diario La Nación: Buenos Aires, presa del ruido. Un comentario que justamente no hablaba de los ruidos en los restaurantes sino del ruido de la ciudad, del ruido del que todos sufrimos, somos parte de él y responsables.