Un domingo, tomando el desayuno, leí un artículo en el diario La Nación: Apogeo, caída y metamorfosis del piropo.
Su autor, Leonardo Tarifeño decía: "Aquello que antaño se consideraba poesía al paso y souvenir oral de la admiración hoy supone la prueba más flagrante del acoso callejero". Me interesó y seguí leyendo. Me gustaron sus ejemplos de “poesía al paso”. Me gustaron sus preguntas sobre en qué se había transformado el piropo clásico.
A todos nos gustan los piropos. A todos nos halagan desde una simple mirada, un ¡linda!, un ¡guapa! o una comparación con el sol, la primavera o más aún, un maravilloso “se te cayó el papelito que te envuelve, bombón”. Los piropos son lindos pero hay que saber decirlos para no lastimar.
Su autor, Leonardo Tarifeño decía: "Aquello que antaño se consideraba poesía al paso y souvenir oral de la admiración hoy supone la prueba más flagrante del acoso callejero". Me interesó y seguí leyendo. Me gustaron sus ejemplos de “poesía al paso”. Me gustaron sus preguntas sobre en qué se había transformado el piropo clásico.
A todos nos gustan los piropos. A todos nos halagan desde una simple mirada, un ¡linda!, un ¡guapa! o una comparación con el sol, la primavera o más aún, un maravilloso “se te cayó el papelito que te envuelve, bombón”. Los piropos son lindos pero hay que saber decirlos para no lastimar.
Me acuerdo que cuando yo era chica, tenía unos 12 años, un chico
que no tendría más de 16 años me esperaba todos los días asomado al balcón de
una Unidad básica Peronista (¡tanto tiempo atrás! ) que había en la
calle Paraguay, a la vuelta de mi casa.Yo volvía del colegio todos los días, en delantal y con libros
en la mano. Y él me miraba pasar todos los días. Cuando empezó a "piropearme" fue con palabras insignificantes. Al poco tiempo, los piropos subieron de tono y empecé a asustarme. Cambiaba de vereda para evitarlos, mamá empezó a esperarme en la esquina hasta que un día, de lejos, vi que "el piropeador" no estaba asomado al balcón. Aliviada empecé a caminar despacio. Vi a mamá parada en la esquina pero bastó un segundo de distracción para que el tipo me acorralara, en plena calle, en plena tarde con unos
improperios y gestos que hasta hoy los recuerdo. Mi madre corrió como nunca lo “cachó de los pelos y empezó a sacudirlo”. Nunca supe de dónde sacó tanta fuerza, pero logró que el "piropeador" se refugiara en su unidad básica entre insultos y manoteos. Yo ya no era un bombón, ya no era un sol… era un grito desde el balcón.
- ¿Quién te crees que sos que no se te puede ni tocar? ¿Evita Perón? ¡Cuidate porque la próxima no te salvás! - gritaba el piropeador.
- ¿Quién te crees que sos que no se te puede ni tocar? ¿Evita Perón? ¡Cuidate porque la próxima no te salvás! - gritaba el piropeador.
Volví a casa temblando de la mano de mamá. Mamá hizo la denuncia en la propia Unidad Básica, a pesar
de que era una época donde empezaba a reinar el miedo. El chico, que hoy será hombre y estoy segura que sigue haciendo "acosos callejeros" porque eso no cambia, siguió ojeándome desde el balcón mientras existió esa Unidad Peronista pero nunca más se lo ocurrió ”piropearme".
Esos atropellos “callejeros”, estos acosos que muchos confunden con un piropo, esa falta de respeto, prepotencia y ofensa, pueden marcar un corazón toda la vida. Hoy ya no recibo piropos, salvo los lindos piropos de mi marido y de mis amigos que me quieren mucho, pero mis hijas sí reciben porque son preciosas. Lamentablemente, a veces, por el solo hecho de ponerse una minifalda, mis hijas caminan con el mismo
temor de ser acosadas en la calle, en el colectivo, en el subte, el mismo temor que yo tuve a los 12 años. El temor de enfrentarse a una falta de respeto, a un acoso callejero, a una agresión verbal, acá en Buenos Aires como en la China. Pero al menos hoy, hay chicas, mujeres que levantan la voz, como hace entender Tarifeño, y se animan a escribir un lema con stencil en un muro de la ciudad que dice:
NO QUIERO
TU PIROPO, QUIERO TU RESPETO.
Fernando Albiero Bertapelle, más conocido como Jardín Florido fue un popular personaje que se hizo curiosamente célebre por sus elogios a mujeres que transitaban la vía pública en la ciudad de Córdoba (Argentina) durante la primera mitad del siglo XX.